Seguro que estáis de acuerdo conmigo en que desde hace muchos años la fotografía ha cambiado de manera exponencial, se ha pasado de lo romántico y del blanco y negro a lo inmediato y a lo digital y a que todo está perfectamente nítido y enfocado.
Nos hemos olvidado de la magia de la fotografía y creemos que si algo no es tan perfecto como lo enfoca nuestra retina no merece la pena ni tiene sentido.
No sé si alguna vez habéis escuchado hablar del grano fotográfico o ruido, que no es otra cosa que esos pequeños puntitos que se observan en algunas fotografías y que cuando un espectador lo ve o se obsesiona con que algo está mal o le encanta y es que no existe término medio.
Si volviésemos la vista atrás y nos centrásemos en el inicio de la fotografía, cuando todo era analógico, indudablemente nadie cuestionaría que una imagen con ruido es fea o está mal ¿Por qué ahora sí? ¿Por qué no se le otorga el valor que merece como lo hacían algunos artistas de antaño?
Y es que el grano, al igual que una foto movida, no debe considerarse como un error, debe verse como lo que es, un recurso expresivo y estético valorado y utilizado por grandes artistas como Robert Frank que también fue criticado por el grano en las fotografías que publicó en “The Americans” (que os invito a que busquéis) y que en la actualidad se ha convertido en uno de los referentes de fotografía documental del siglo XX.